Quizás mañana la palabra amor... by Jordi Sierra i Fabra

Quizás mañana la palabra amor... by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Fabra, Jordi Sierra i]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


18

Todavía se preguntaba si era una buena idea cuando la vio salir por el portal.

No se había arreglado de forma especial, llevaba unos vaqueros y una camiseta, pero la imagen se le grabó poderosamente. Los escasos siete pasos que la separaban de él y de la moto los guardó en la memoria igual que una película. La camiseta modelaba una figura perfecta, deliciosa, en la que los pechos, menudos y livianos, formaban dos promontorios exquisitos. No llevaba nada en las manos, ni tampoco un bolso colgando del hombro. El cabello recién lavado parecía una bandera ondeando al viento.

Toda ella rezumaba vida, libertad.

Hilario intentó parecer natural.

—Hola —se detuvo ella junto a la moto.

Esta vez la vacilación fue mínima. Los dos besos en las mejillas fueron rápidos y amistosos. Iba a decirle que estaba muy guapa, pero se abstuvo. Quizás fuese demasiado correcto.

Necesitaba ser correcto.

No quería naufragar a las primeras de cambio.

—Toma —le dio el casco que había llevado para ella.

Dora lo inspeccionó por dentro.

Luego se lo encasquetó en la cabeza y cabalgó la moto por detrás de él. No se sujetó a su cintura hasta que la puso en marcha y bajó de la acera. Luego, tras sumergirse en el tráfico, aquel abrazo se hizo mucho más fuerte y presente. La turbación se disparó durante los primeros segundos, y por un momento pensó en ir a su destino por el camino más largo.

No lo hizo.

Quería mirarla.

No hablaron en los semáforos por la incomodidad de hacerlo a gritos y la dificultad de mover la cabeza llevando los aparatosos cascos protectores. Hubiera dado lo que fuera por conocer lo que pensaba ella en esos instantes. Que hubiera aceptado acompañarle era un milagro. Posiblemente lo necesitaba. Pero de ahí a que tuviera un mayor interés...

Recordó las palabras de Nerea.

Sí, estaba loco, y ya no había vuelta atrás.

Dora no tenía por qué saberlo nunca.

Aparcó la moto junto a otras a unos cincuenta metros del bar. Se quitaron los cascos y Dora se atusó el cabello para devolverle el volumen. Luego, cada uno colgó el suyo de un brazo y él marcó el camino.

—Más que bar es un bareto, ya verás, pero hay buen ambiente y sé que mis amigos te gustarán.

—Bien.

—¿No te he preguntado si has de estar en casa a alguna hora?

—No —se encogió de hombros.

—¿Tu abuelo hace de padre?

—Mi abuelo siempre será mi abuelo. Ya era estupendo antes.

—Es el tipo más sensacional que he conocido —admitió Hilario.

—¿Por qué te cae bien?

—Porque mira la vida de cara, es honesto, íntegro, y está lleno de amor.

Era una buena descripción.

No dijo más porque llegaron al local. Se llamaba Piraña. Nada más cruzar la puerta, se encontraron con gente de pie, bebiendo y hablando a gritos aunque no había música. Dora pensó que tendrían que ver la actuación así.

—Tenemos una mesa —Hilario acercó los labios a su oído.

Cruzaron la marea humana. El sitio era pequeño, pero estaba bien aprovechado. Las mesas, frente al escenario, apenas si llegaban a la decena. Eran redondas y cada una tenía dos sillas.



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